lunes, 21 de septiembre de 2015

La Operación Orión

Cuando empezaron a llover los panfletos sobre la ciudad, dejó de ser secreto lo que todos sabían por el rumor de un tío o un vecino que conocía a alguien de la policía. Podría ser hoy o mañana o la semana siguiente, pero el hecho estaba claro, dentro de unos días iban a venir a limpiarlo todo.
Maria, como todos los demás, no tenía adonde ir, su casa era toda su pertenencia desde que el 79, con 4 años llegaron en invasión ilegal a la Comuna. No tenía donde ir, ni tampoco tenía porqué, pensaba ella, después de todo ahí había crecido y construido todo lo que la constituía a ella misma. Ahí se enamoró a los 13 y a los 16 sintió la primera perdida, al ver caer baleado a su primer amor, ahí construyó junto a su madre ladrillo a ladrillo el espacio que ahora la protegá de las balas. Ahí nació su hijo y definitivamente, no era ella quién tenía que huir de la comuna 13.
Era el 98 y hacia poco que Colombia había quedado eliminado del mundial por un autogol. El autogoloeador había sido muerto de un balazo certero, a los 2 días de haber regresado a su ciudad; Así se dibujaba la caricatura que todo Medellín ya conocía de memoria  desde los días que las FARC comenzaron a apoderarse de los barrios donde supuestamente construirían el poder popular de la izquierda que venían soñando desde los años 60. Ahora la comuna , veía llover los papeles, como quien ve venir la bomba nuclear.
Podía ser cualquier día y Uribe lo venía prometiendo desde que asumió la presidencia, pero todos sabían que iba a ser a lo más tardar el fin de semana que venía. Por eso en esos días María fue enfática en las ordenes y de allí no saldría nadie. Compró comida suficiente para una semana, el colchón lo tiraron en la cocina y el niño pasó su cumpleaños número 6 sin ir a la escuela.
Una ráfaga de ametralladora desde el cerro continuo fue el detonante. Por la ventana vio como comenzaban a bajar hordas de pasamontañas por distintos puntos. Un helicóptero los cubría con francotiradores y la guerrilla no tenía más que asumir. Algún militante golpeó la puerta. Qué quieres preguntó María por la ventana. Abre rápido María. Hoy es el día y nos matarán a todos. Tú hijo necesita alguien que lo proteja y yo puedo ayudarlos, y de paso me salvas de ésta. Estas loco, dijo cerrando y ocultándose tras la muralla, no fuera que una bala le demostrara el descontento del militante. El niño jugaba en la cocina y Maria veía por una de las tantas filtraciones de la casa como la sombra negra de hombres comenzaba a acercarse, mientras del otro lado eran recibidos con ráfagas.
Las balas venían desde todos los puntos, pareciera que por fin todos los chicos del barrio podían jugar juntos desde el mismo bando. Por un momento se olvidaron quién era del Deportivo Independiente Medellín y quién era del Nacional. Se olvidaron de la xenofobia hacía el afro descendiente. Ese día pareciera que todas las bandas de narcos se unían en una misma barricada y compartían cartuchos contra el enemigo común. Las balas de los contrarios no sólo eran más, sino que venían instruidas con la inteligencia estadounidense, que veía, como siempre, esta una de las tantas oportunidades de probar nuevas estrategias bélicas y de paso cortar una tajada en la imposición de su ideal de libre mercado.
Cuando comenzó a oscurecer aún quedaban trincheras en resistencia. El niño aburrido dormitaba sobre el colchón Maria miraba desde la ventana ya sin esconderse del todo.  Ya no con la curiosidad del que espera que cualquier cosa pueda pasar. A esta hora, ya era cuestión de tiempo para que los últimos guerrilleros se entregaran al destino fatal. Los cerros de la comuna 13 se bañaban en sangre. Algunos militares, otros paramilitares y la gran mayoría, miembros de las FARC que asumieron que como guerrilleros, la misión era dar la pelea.
Al día siguiente la gente comenzó a limpiar las calles, algunas madres recogieron los cuerpos de sus hijos, viendo en ese momento, quizás la tranquilidad del que ya tenía asumido lo inevitable.
Algunos festejaron, otros no. Todos sabían que Uribe era un ser tan horroroso como los narcos más poderosos, pero sabían también, que la limpieza era ineludible, que al menos, tendrían la oportunidad de empezar de cero. En poco tiempo los niños crecieron, la ciudad sin olvidar trató de seguir adelante.
Cuando llegó la propuesta de hacer escaleras mecánicas que permitieran ser un medio de transporte para los vecinos que viven más arriba a casi todos se rieron, pero cuando le dieron una vuelta y vieron que de paso abriría la comuna a nuevos visitantes y con ello a una seguridad propia de un lugar de transito, vieron en el proyecto una alternativa atractiva. María viendo a su hijo crecer, y relajándose que ya a sus 17 años, era capaz de asumir sus responsabilidades, decidió ser parte del grupo ciudadano que cuidaría las escaleras.

Así han pasado dos años y hoy María nos contó su historia, con la espectacularidad del que vivió la masacre con sus ojos.

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