Cuando Griselda y Diego llegaron a Costa Rica, cargaban el miedo traumatizante de haber estado viendo la paz armada de Nicaragua. Ya se habían acostumbrado a ver a dueños de pequeños negocios cargando fusiles y gente caminando por las plazas con un arma en el cinturón. Pero Costa Rica en su entrada tenía un aviso que pretendía tranquilizar a los turistas "Welcome to Costa Rica".
Entraron a un restorant y se sentaron mientras decidían qué plato descubrir. Esperaron que alguien les ofreciera algo, pero eso no ocurrió. Pasaron unos minutos y otros y luego otros y cuando se dieron cuenta, eran los únicos morenos que hablaban en español. Se acercaron a preguntar si podían comer, pero parecía que eran invisibles, la mujer de la caja parecía entretenida explicandole la ciudad a un aleman, mientras que el chico que atendía las mesas le preguntaba interesado por datos de francia a una señora mayor. Cambiaron de restorant pero en todas partes era igual. Después descubrieron que las radios sólo pasaban música Europea y gringa, la televisión también parecía conectarse sólo con la cuna de la occidentalización y hablar español era el estigma vergonzoso que padecían todos los que allí vivían. Era su muestra de una raíz de pobreza, los hacía desconfiables y por supuesto, desplazables, después de todo, nada podían pagar asi que nadie se les acercaba a ofrecer nada.
Resultaba curioso que, estando en el centro de América, a kilometros al
norte de una guerrilla en contra de la invación yankee, y a otros pocos
kilometros de la gran sudamérica este pais pareciera dar la espalda a su
espacio, con una sola vista hacia el norte.
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