sábado, 5 de septiembre de 2015

La Historia de Colombia

Nos abrimos un sendero de traslado por el enigma malicioso y fantástico de la selva de Colombia. Nos antecedía el temor de años de la tele que engaña, pero que en el peor de los casos, al menos nos informa qué desastre acecha a los hermanos de fronteras alambradas, nos antecedía el terror de la guerrilla, aquella ala izquierda que decidieron tomar las armas hacia el estado, pero que su propaganda ha sido el absoluto terror, dejando los entrevéres de la revolución armada inocente de las comunicaciones, o los malos realmente malos, sin valores ni conciencia.
En medida que nos acercábamos la mitología dejaba de ser una lejana noticia de vaqueros, y se transformaba en la historia del amigo del vecino. “Mi hijo siempre tenía que esconderse cuando les disparaban equivocados” “Ellos son unos desplazados, se trajeron sólo un refrigeradorcito”. Pasa más al norte dijeron los primeros. Los segundos, que al norte, pero más oeste, los terceros, que en la comuna del lado. Y los cuartos dijeron que siempre había pasado en todos, y que éste, claro que era el peor, pero ya se estaba calmando.
La violencia no es sólo guerrilla, sino guerrilla de guerrillas y cuesta llevarlo al escenario común de las ya golpeadas naciones divididas de Sudamérica, donde suele ser el común de pueblos asesinados, luego catolización, capitalización, y surgen los movimientos obreros y marxismo y anarquismo, para terminar con golpe militar y una posterior nueva democracia de mierda. Acá, además de los ya comunes golpes de estado, se suma una guerrilla mal conceptualizada, que se transforma en un ejército de doble misión; liberación indígena y revolucionaria, mezclada con mercado capitalista de drogas duras a poblaciones en riesgos adictivos. Con los posteriormente surgidos, grupos para militares, grupo clandestino con formación del ejercito, pagado inicialmente por terratenientes y los narcos de pequeñas localidades, que pronto serían narcos más fuertes. Todo esto entrecruzado con un periodo de politiquería socialista, que termina destapándose lentamente el abrigo donde escondían las bolsas de oro blanco, que pronto serían utilizados en nobles obras para los más humildes compatriotas. Y que, evidentemente termina por dar el escenario propicio para el cuarto protagonista, el tan celebre villano machote, ídolo de aspirantes a traficantes: el gran; Pablo Escobar y su cartel de Medellín.
Es útil detenerse a mirar, frente a este escenario, cual es el rol de los que podrían, eventualmente haber sido los únicos prosperados del intenso momento de la guerrilla latinoamericanista, que aunque bajo lineamientos marxistas, hubieran sido una esperanzas en aquellos ajetreados años de los 50 y 60 en las tierras del sur. Y que sin embargo, se han convertido en los indicados en cada acusación de violencia en el mundo. Puede que las razones sean múltiples y a la vez eran todas las posibilidades al mismo tiempo. Es curioso ver cómo, a partir de un pueblo organizado, y temido por la clase dominante, surge el malentendido y se termina convirtiendo en un grupo de monos con navaja.
Cuentan unos y otros, que por allá en los cuarentaytantos mataron a un político, y eso fue una crisis política y económica, que dio pie a los campesinos a reclamar su derecho a comer, el estado, sin poder hacer frente, comienza a perder terreno y los movimientos cogen fuerza suficiente como para mantenerle el gallito a los sucios. El gallito se extiende y los cortes de ruta, los robos ejemplificadores y propaganda de aliento latinoamericano no acaparan  el desgaste de los indígenas que los lleva a la necesidad de financiarse de forma urgente. Tenían campo, las semillas y las manos necesarias; dicho y hecho. Un poco para comida, otro poco para armas, mejores armas, otras más modernas, otras más aerodinámicas, y se verían bien con unas buenas botas y el casco. Hasta terminar armándose más para defender el negocio que para avanzar hacia la ya olvidada revolución total. A su persecución sale al juego los nacionalistas fanáticos de las armas y con aires de superhéroe, Tomando el desafío de defender a las víctimas de esos incivilizados. Tenemos el coraje, pero no las armas y como eran muchos los deseantes  a defendidos, entre todos juntaron los recursos. Algún terrateniente puso buena parte y los narcos, como buenos vecinos e interesados en la pyme armada, aportaron un poco más. De este escenario sale, no de la selva, sino de la ciudad moderna, Pablo Escobar. Ve dos peleadores con ideologías distintas, pero con una misma fuente de recursos y negoció con ambos. Mientras por un lado, las FARC  producían coca en la profundidad de la selva, los paramilitares comenzaban a adueñarse de los barrios civiles, desplazando a los moradores a la suerte de dios, y una vez dueños del barrio, sólo de aburridos se dedicaban a producir coca. Y mientras, El Cartel de Medellín, se enriquecía de todos los puntos.
El gobierno, cansado de quedar como el negligente del chiste, se une tarde al montoncito y cae pegándole al que tuvo la mala suerte de quedar abajo. “la solución es no tranzar nada, al que hierro mata hierro muere, pero cuando quiso ajusticiar, se lo ajusticiaron a él, y cayeron 3 senadores muertos. A su segundo intento lo mismo y lo mismo, y así iban desapareciendo periodistas sapos y diputados caraduras por montones. Al salir tantas veces trasquilado, el desgraciado Álvaro Uribe llega a pedirle a los archienemigos de las FARC, los paramilitares que le ayuden a combatir.
Dadle cuerda al mono, a los meses tenías 200 muertos por acá, otros 300 por allá, uy se me murió el ministro de vivienda, bombardearon una estatua y cuando todo andaba mal, entra el problemas el que no tenía problema con ninguno. De una ciudad  vecina salen pistoleros pagados por el emergente y próximamente famoso Cartel de Cali. Le revientan un hotel de Pablo Escobar y éste responde con incendios de barrios enteros. Balas vienen, balas van, unas de las FARC,  otra del cartel de cali, otra del de Medellín y otra que no se sabe si viene de los paramilitares o del estado de Uribe.
Las noticias, aunque apuntados por el laser, asumen que la situación está terrible, que se está muriendo 4.000 personas por año, que los políticos no viven más de 2 años y que las rutas son pescadero de rehenes. El gobierno asume la culpa y ante el dominio de los poderes más mercantiles, lanza la insensata ley de ármense los unos a los otros, porque todos somos asesinos. La fiesta fue tan buena que no demoraron en llegar negociantes extranjeros; así fue como ingleses e Israelíes se acercaron a entregar sus informativos bélicos tanto a las FARC como a paramilitares y en consecuencia a los Narcos. Así fue como llegamos a un momento donde tenemos a todos armados hasta los huesos, y sin embargo el poder, todavía está en la fuerza que acumulan los 4 superarmados.
En el ojo del huracán entonces surge la reflexión de qué se hiso mal. Dónde se malentendió la revolución. Dónde está la crítica a la o las drogas o sustancias apetecidas por los mercaderes de lo sensorial, cuál será el límite de la violencia hacia el que supuestamente pretendías defender. ¿Es un vicio típico de los que tiene la izquierda stalinista o Marxismo de mala lectura?, ¿Será la consecuencia que hubiera sucedido a la guerra civil española, de haber continuado por un tiempo más largo? ¿Podría ser un adelanto de una revolución mal conceptualizada, si se basa en violencia más que ideas?
Hoy Colombia, que aún palpita las heridas recientes, se muestra precisamente como un traumado, ocultando las cicatrices que aún ensucian su identidad.  “Yo no hablo sobre las FARC, acá hay gente que simpatiza y yo prefiero no tener  problemas”, “Si alguien te dice que tal es el patrón, debes tener cuidado” y apurados a tratar de entender el movimiento actual, vemos una escena anarco punk con buenas intensiones y una enorme problemática moral entre los límites y principios de la revolución, asumiendo su posición desligada de todo tipo de agentes de la reciente historia sangrienta, asumiendo a todos como enemigos, en tanto organizaciones verticalistas y armamentista.
Una reciente historia que aún no termina y que, aunque ya muerto Escobar y destruidos los Carteles más celebres, aún es uno de los ejes de la economía colombiana. Aún ahora, así como siempre surgen nuevos políticos con intensiones de sacar tajadas del súper pastel que sólo algunos tienen derecho a comer. Aunque bajo ciertos acuerdos de paz, los guerrilleros ocultos en cada rincón donde no haya carretera ni exploración seguida, se mantienen, viven su vida, hacen sus negocios y todos bien. Los paramilitares, ante una amnistía de guerra, son perdonados sus sangrientas jornadas de limpieza total. Sin embargo aún están los fanáticos en clandestinidad, esperando la señal para volver a enfrentarse a las FARC o el cartel contrario. Puede ser cuestión de tiempo, quizás la paz que los vecinos buscan, pueda llegar de algún modo, y no con el fin de que se acostumbren a la paz del estado, sino que tengan los corazones libres del miedo, la mente libre de drogas y las cicatrices limpias, para volver a recuperar las calles, las plazas y la capacidad de enfrentarse sin violencia con el autogobierno.

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