Nos abrimos un sendero
de traslado por el enigma malicioso y fantástico de la selva de Colombia. Nos
antecedía el temor de años de la tele que engaña, pero que en el peor de los
casos, al menos nos informa qué desastre acecha a los hermanos de fronteras
alambradas, nos antecedía el terror de la guerrilla, aquella ala izquierda que decidieron
tomar las armas hacia el estado, pero que su propaganda ha sido el absoluto
terror, dejando los entrevéres de la revolución armada inocente de las
comunicaciones, o los malos realmente malos, sin valores ni conciencia.
En medida que nos
acercábamos la mitología dejaba de ser una lejana noticia de vaqueros, y se
transformaba en la historia del amigo del vecino. “Mi hijo siempre tenía que
esconderse cuando les disparaban equivocados” “Ellos son unos desplazados, se
trajeron sólo un refrigeradorcito”. Pasa más al norte dijeron los primeros. Los
segundos, que al norte, pero más oeste, los terceros, que en la comuna del
lado. Y los cuartos dijeron que siempre había pasado en todos, y que éste,
claro que era el peor, pero ya se estaba calmando.
La violencia no es
sólo guerrilla, sino guerrilla de guerrillas y cuesta llevarlo al escenario
común de las ya golpeadas naciones divididas de Sudamérica, donde suele ser el
común de pueblos asesinados, luego catolización, capitalización, y surgen los
movimientos obreros y marxismo y anarquismo, para terminar con golpe militar y
una posterior nueva democracia de mierda. Acá, además de los ya comunes golpes
de estado, se suma una guerrilla mal conceptualizada, que se transforma en un
ejército de doble misión; liberación indígena y revolucionaria, mezclada con
mercado capitalista de drogas duras a poblaciones en riesgos adictivos. Con los
posteriormente surgidos, grupos para militares, grupo clandestino con formación
del ejercito, pagado inicialmente por terratenientes y los narcos de pequeñas
localidades, que pronto serían narcos más fuertes. Todo esto entrecruzado con
un periodo de politiquería socialista, que termina destapándose lentamente el
abrigo donde escondían las bolsas de oro blanco, que pronto serían utilizados
en nobles obras para los más humildes compatriotas. Y que, evidentemente
termina por dar el escenario propicio para el cuarto protagonista, el tan
celebre villano machote, ídolo de aspirantes a traficantes: el gran; Pablo
Escobar y su cartel de Medellín.
Es útil detenerse a
mirar, frente a este escenario, cual es el rol de los que podrían,
eventualmente haber sido los únicos prosperados del intenso momento de la
guerrilla latinoamericanista, que aunque bajo lineamientos marxistas, hubieran
sido una esperanzas en aquellos ajetreados años de los 50 y 60 en las tierras
del sur. Y que sin embargo, se han convertido en los indicados en cada
acusación de violencia en el mundo. Puede que las razones sean múltiples y a la
vez eran todas las posibilidades al mismo tiempo. Es curioso ver cómo, a partir
de un pueblo organizado, y temido por la clase dominante, surge el malentendido
y se termina convirtiendo en un grupo de monos con navaja.
Cuentan unos y otros,
que por allá en los cuarentaytantos mataron a un político, y eso fue una crisis
política y económica, que dio pie a los campesinos a reclamar su derecho a
comer, el estado, sin poder hacer frente, comienza a perder terreno y los
movimientos cogen fuerza suficiente como para mantenerle el gallito a los
sucios. El gallito se extiende y los cortes de ruta, los robos ejemplificadores
y propaganda de aliento latinoamericano no acaparan el desgaste de los indígenas que los lleva a
la necesidad de financiarse de forma urgente. Tenían campo, las semillas y las
manos necesarias; dicho y hecho. Un poco para comida, otro poco para armas,
mejores armas, otras más modernas, otras más aerodinámicas, y se verían bien
con unas buenas botas y el casco. Hasta terminar armándose más para defender el
negocio que para avanzar hacia la ya olvidada revolución total. A su
persecución sale al juego los nacionalistas fanáticos de las armas y con aires
de superhéroe, Tomando el desafío de defender a las víctimas de esos
incivilizados. Tenemos el coraje, pero no las armas y como eran muchos los
deseantes a defendidos, entre todos
juntaron los recursos. Algún terrateniente puso buena parte y los narcos, como
buenos vecinos e interesados en la pyme armada, aportaron un poco más. De este
escenario sale, no de la selva, sino de la ciudad moderna, Pablo Escobar. Ve
dos peleadores con ideologías distintas, pero con una misma fuente de recursos
y negoció con ambos. Mientras por un lado, las FARC producían coca en la profundidad de la selva,
los paramilitares comenzaban a adueñarse de los barrios civiles, desplazando a
los moradores a la suerte de dios, y una vez dueños del barrio, sólo de
aburridos se dedicaban a producir coca. Y mientras, El Cartel de Medellín, se
enriquecía de todos los puntos.
El gobierno, cansado
de quedar como el negligente del chiste, se une tarde al montoncito y cae
pegándole al que tuvo la mala suerte de quedar abajo. “la solución es no
tranzar nada, al que hierro mata hierro muere, pero cuando quiso ajusticiar, se
lo ajusticiaron a él, y cayeron 3 senadores muertos. A su segundo intento lo
mismo y lo mismo, y así iban desapareciendo periodistas sapos y diputados
caraduras por montones. Al salir tantas veces trasquilado, el desgraciado
Álvaro Uribe llega a pedirle a los archienemigos de las FARC, los paramilitares
que le ayuden a combatir.
Dadle cuerda al mono,
a los meses tenías 200 muertos por acá, otros 300 por allá, uy se me murió el
ministro de vivienda, bombardearon una estatua y cuando todo andaba mal, entra
el problemas el que no tenía problema con ninguno. De una ciudad vecina salen pistoleros pagados por el
emergente y próximamente famoso Cartel de Cali. Le revientan un hotel de Pablo
Escobar y éste responde con incendios de barrios enteros. Balas vienen, balas
van, unas de las FARC, otra del cartel
de cali, otra del de Medellín y otra que no se sabe si viene de los
paramilitares o del estado de Uribe.
Las noticias, aunque
apuntados por el laser, asumen que la situación está terrible, que se está
muriendo 4.000 personas por año, que los políticos no viven más de 2 años y que
las rutas son pescadero de rehenes. El gobierno asume la culpa y ante el
dominio de los poderes más mercantiles, lanza la insensata ley de ármense los
unos a los otros, porque todos somos asesinos. La fiesta fue tan buena que no
demoraron en llegar negociantes extranjeros; así fue como ingleses e Israelíes
se acercaron a entregar sus informativos bélicos tanto a las FARC como a
paramilitares y en consecuencia a los Narcos. Así fue como llegamos a un
momento donde tenemos a todos armados hasta los huesos, y sin embargo el poder,
todavía está en la fuerza que acumulan los 4 superarmados.
En el ojo del huracán
entonces surge la reflexión de qué se hiso mal. Dónde se malentendió la
revolución. Dónde está la crítica a la o las drogas o sustancias apetecidas por
los mercaderes de lo sensorial, cuál será el límite de la violencia hacia el
que supuestamente pretendías defender. ¿Es un vicio típico de los que tiene la
izquierda stalinista o Marxismo de mala lectura?, ¿Será la consecuencia que
hubiera sucedido a la guerra civil española, de haber continuado por un tiempo
más largo? ¿Podría ser un adelanto de una revolución mal conceptualizada, si se
basa en violencia más que ideas?
Hoy Colombia, que aún
palpita las heridas recientes, se muestra precisamente como un traumado,
ocultando las cicatrices que aún ensucian su identidad. “Yo no hablo sobre las FARC, acá hay gente
que simpatiza y yo prefiero no tener
problemas”, “Si alguien te dice que tal es el patrón, debes tener
cuidado” y apurados a tratar de entender el movimiento actual, vemos una escena
anarco punk con buenas intensiones y una enorme problemática moral entre los
límites y principios de la revolución, asumiendo su posición desligada de todo
tipo de agentes de la reciente historia sangrienta, asumiendo a todos como
enemigos, en tanto organizaciones verticalistas y armamentista.
Una reciente historia
que aún no termina y que, aunque ya muerto Escobar y destruidos los Carteles
más celebres, aún es uno de los ejes de la economía colombiana. Aún ahora, así
como siempre surgen nuevos políticos con intensiones de sacar tajadas del súper
pastel que sólo algunos tienen derecho a comer. Aunque bajo ciertos acuerdos de
paz, los guerrilleros ocultos en cada rincón donde no haya carretera ni
exploración seguida, se mantienen, viven su vida, hacen sus negocios y todos
bien. Los paramilitares, ante una amnistía de guerra, son perdonados sus
sangrientas jornadas de limpieza total. Sin embargo aún están los fanáticos en
clandestinidad, esperando la señal para volver a enfrentarse a las FARC o el
cartel contrario. Puede ser cuestión de tiempo, quizás la paz que los vecinos
buscan, pueda llegar de algún modo, y no con el fin de que se acostumbren a la
paz del estado, sino que tengan los corazones libres del miedo, la mente libre
de drogas y las cicatrices limpias, para volver a recuperar las calles, las
plazas y la capacidad de enfrentarse sin violencia con el autogobierno.
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