Había fumado demasiado. Me dejé caer en la cama y, dentro de mi cabeza,
todo empezó a dar vueltas. Ella, como si nada, cantaba ‘la
buscaba unas braguitas medio limpias en su montañita de ropa sucia. Ya
llevaba en casa más días de los previstos.
La había conocido una semana antes, de gira con la compañía. Una obra en
verso, en fin. El caso es que se me estuvo a punto de olvidar el texto cuando
la vi a ella entre el público, mirándome.
Ahora era yo quien la observaba desde mi cama, y me mareaba al verla danzar
de un lado al otro de la habitación. Al tararear movía la cabeza y erguía la espalda.
Me entretenía mirando los pliegues de su camiseta.
- No me quedan braguitas limpias. ¿Me dejas unos calzoncillos?
Al detenerse, conseguí enfocarla. Habíamos bebido y fumado lo mismo. Definitivamente,
tenía más aguante que yo. Y pensar que tenía dieciocho años.
¿Dónde habría aprendido a hacerlo así? Mientras pensaba esto, una nube
blanca de puntos brillantes me dejó ciego unos segundos.
- Coge los que más te gusten, pero, por favor, tráeme algo que me levante un
poco, me ha dado una bajada de tensión. Creo que hay chocolate en la cocina.
- No, el chocolate está aquí, en la mesa, ¿de verdad quieres que me haga otro?
Se te ve muy pálido, mi amor…
- Tania, por favor.
En realidad no se llamaba Tania, pero había algo en sus gestos que me recordaba
a uno de mis amores frustrados. Y ésta era la revancha.
Mi primera Tania tenía catorce años, los mismos que yo por entonces,
cuando vino a vivir a mi barrio. Sus padres habían conseguido salir de
Rusia, ella decía que comían mal, en el mercado nunca había de nada, aquí
siempre hay de todo, qué bien. Me declaré con un ‘¿Quieres salir conmigo?’
que me costó la misma vida y no le metí mano porque era rusa y porque quería
estar con ella mucho tiempo y hacerlo bien. Se aburrió de esperar y me dejó
al poco.
Sin embargo, con el noventa por ciento de las que han llegado después, me
he acostado la primera noche. Desconocidas. Recién conocidas. El amor es
una flor que se alimenta con insectos, me decía un amigo.
Mi Tania con braguitas sucias era de las del noventa por ciento, pero había algo
en el modo de usar sus manos que me advertía del gran peligro que estaba corriendo.
Bebiendo de un vaso, fumando o lavándose los dientes, era imposible
retirar la mirada de sus manos. Y yo no estaba acostumbrado a esas cosas.
- Tania, estoy mal, por favor, acércame el chocolate, en el mueble de la
derecha, por favor, Tania…
- Señor Por Favor, ¿Quiere hacer el favor de llamarme por mi nombre?
- Tania, pero si te queda muy bien, deberías estar agradecida por haberte conseguido
el nombre que tus padres no te supieron dar. Pásame el chocolate,
¿quieres?
No siempre era así. A menudo nos pasábamos las noches despiertos, en casa,
hasta las siete de la mañana. Jugábamos al parchís, nos leíamos cosas, charlábamos.
Aquella noche algo iba mal. Así que escucho un zumbido y siento
ese algo que viene hacía mí y abro los ojos cuando zas, tableta de chocolate
en el ojo, la boca se me abre y la bola del ojo late y parece que no cabe en su
hueco.
Tania se acerca arrepentida.
- ¿Te he hecho daño, mi amor?
Después de aquello venían los mimos. Besos, caricias, silencio y, al poco,
Tania dormida. Fue entonces cuando empecé a escribir esa novela que hacía
tanto quería escribir y nunca me decidía a comenzar. Sería una de esas
novelas autobiográficas en la que uno escribe todas sus miserias y se cree estar
haciendo algo grande. Así que me dije, ¿Y por qué no empezar escribiendo
sobre esta noche, sobre Tania, sobre sus bragas sucias? Y me puse con esto,
con lo que estás leyendo ahora, o mejor dicho, con lo que has estado leyendo
hasta llegar a este párrafo.
Porque eso fue todo lo que escribí de mi novela. La dejé ahí, en un cajón, y
ha sido esta mañana que, rellenando cajas para la mudanza, he leído esas
primeras páginas de mi gran novela frustrada y he revivido aquellos días; y me
he puesto a escribir, ahora que Tania se ha ido para siempre, como terminaron
nuestras primeras batallas de chocolatinas.
Al día siguiente, Tania -la verdad, no recuerdo su verdadero nombre-, estuvo
distante, hablando lo estrictamente necesario, el rencor se dejaba ver en sus
manos. Me parecía inaudito que estuviese furiosa por la noche anterior, no
llegaba a entender por qué. ¿Por haberme puesto demasiado borracho? ¿Por
decirle que Tania era un nombre más bonito que el suyo? Fue ella la que me
destrozó el ojo a mí, puto esparadrapo, parezco un puto tuerto. El caso es que
ya por la tarde la noto más tensa, y en un momento dado estalla y dice:
- ¡Así que soy tu Tania con braguitas sucias! ¡Así que soy de las del noventa por
ciento!
Mierda. Había leído la novela, mi novela recién nacida. Claro, pensé, no es en
el suelo donde yo la dejé. Así que ha sido la novela.
La expresión de sus ojos, las cejas levantadas, las líneas que se multiplicaban
en su cara, le daban un aspecto aterrador, parecía que rompía a llorar y no lo
hacía, el gesto era patético.
- ¡Así que ésta es la revancha!
¿Qué le podía decir? ‘Que no es un diario que es una novela y que en las novelas
lo que hay son medias verdades, que se cogen cosas de la realidad y otras
de la imaginación y de ahí sale algo nuevo, como eso de que aparezcas tú y
aparezcas como una braguitas-sucias, algo que no es así, en realidad’.
- Aparezco yo con las bragas sucias y lo hago muy bien para tener dieciocho
años, ¿No es esa tu película? Pues que sepas que no estoy dispuesta a que te
rías de mí.
No me reía de ella, era sólo una forma de escribir...
- Que ayer llevaras unas bragas sucias no quiere decir nada, solo me dio la idea
y…
- No estoy dispuesta a aguantar niñatos, ¿entiendes? Creía que podíamos
pasarlo bien unos días, hacerlo fácil, algo sencillo, pero no esto.
- No, desde luego que no. Algo sencillo termina en menos días de los que llevas
aquí.
Esta vez fue lo que le cogió más a mano, para mi mala suerte, porque lo que
se rompió en varios pedazos sobre mi cabeza fue la taza de café que se tomaba
en esos momentos, a medio llenar y aun calentito, el café.
Pero con el ruido del impacto, el susto, los trozos de taza por el suelo y mi
gesto de dolor, Tania salía de su trance y me cuidaba como a un bebé. Éste fue
un comportamiento que tuve ocasión de observar tantas veces como objetos
volantes aterrizaron en mi persona, y no fueron pocos durante el tiempo que
estuvimos juntos.
Por la noche, sus manos, esas manos que se movían con la misma gracia para
ponerte un cigarro en los labios o para arrojártelo encendido a la cara,
volvieron a subyugarme. Porque esa forma suya de tocar era sutil, era perezosa
y precisa al mismo tiempo. Entonces le quito la camiseta, las bragas, perdón,
los calzoncillos, mis calzoncillos, y le doy la vuelta. Me siento débil y nada
generoso, llego muy rápido, me voy en dos minutos, se acabó. Ella quiere
más, pero me vienen imágenes del día de hoy, me siento agotado y egoísta y
me echo a dormir.
Por la mañana la despierto con un ‘buenos días, mi amor’ como para olvidar
todo lo sucedido: mi novela, sus histerias, la taza en mi cabeza, aquel polvo.
Ella mueve un poco la cabeza y se deja besar, tiene la cara ardiendo. Le hago
todo lo que le gusta y se lo hago con amor, ella se da cuenta, y lo
agradece. Desayunamos y Tania se ríe de mi parche en el ojo, me lo quita, me
da un beso en el párpado y me dice:
- Mamá ya no te va a pegar más.
Yo sabía que no era cierto, y durante los meses que han pasado hasta que se
ha ido, he recibido impactos de cubiertos, cd’s, relojes-despertador e incluso
tarros de mermelada; pero es muy largo de contar y ando cansado de tanta
mudanza.
Ahora Tania se ha ido para siempre, parece, y las cosas aquí ya no vuelan,
están todas empaquetadas y clasificadas, y ahora tengo miedo, tengo miedo de
que al llegar a mi nueva casa, las cajas se abran solas y todas las cosas salgan
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