Cuando ya hubieron matado a los indios indomesticables, y la
iglesia establecía al Dios católico como el dueño del bien, se abrieron hermosas escuelas, pues el
siguiente paso era convertir a los hijos de los hijos, pues no debía quedar
rastro de que alguna vez existió otro bien.
La lengua Quichua, soberana en las zonas hoy pertenecientes
de Perú hasta Colombia, pasó a ser un obstáculo para los curas, monjas y
profesores. El desconocimiento de las
creencias de sus víctimas los hacía pensar constantemente en las conspiraciones
que podrían estar tramando.
Acá se habla español y los otros vocablos pertenecen a
Satán, anunciaban tajantes los dueños de la verdad. Los castigos comenzaron a
sistematizarse e iban desde usar una papa en la boca durante toda la jornada escolar, hasta ser golpeado en favor
de su alma que ganaría el cielo.
La lengua, así como otras armas no tuvo más remedio que
pasar a la clandestinidad y hasta hoy, sigue siendo la resistencia más grande que algunas escuelas aún intentan recuperar.
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