Llegando a Popayán, desde Pasto, conocimos en el Bus a Daniela, una chilena flaquita que llevaba su "parche" de aritos. Nos dijo que si no teníamos dónde llegar, nos fueramos con ella a la Casa Pony, y como no teníamos donde llegar nos fuimos con ella.
Caminamos largas y turbulentas calles por oscuros barrios del sur de la ciudad Colombiana. Recordabamos en ese entonces las mil historias de Pablo Escobar y sus dichos tan celebrizados por la gente tv adicta de chile. Llegamos enteros, aunque con la dignidad arrastrando y ahí nos encontramos con la fiesta: Una pequeñita casa en lo alto de la perisferia de Popayán, con una chorrera de gente viajera de corazones valientes pero blandos. Nos recibió Miguel, un personaje extraído del imaginario del Dr Parnasu. Que su vida era un acto de mágia. La primera noche me deslumbró con trucos simples a la luz de la fogata y al calor del Guarapo. Todos aplaudiamos y nosotros tímidos, escuchabamos como la gente comentaba que de ahí no se iría más y era cierto, esa casa era para quedarse. Eran tantos los enigmas que había que resolver que unos pocos días era casi desperdiciar el regalo divino de llegar allí.
Miguel era un viajero como nosotros, aunque con una mente tan inquieta que tenia que deslumbrar para poder vivir. Iba de lugar en lugar cambiando el mundo y haciendolo mejor.
Gabi, era una ecuatoriana que viajaba escribiendo el libro de su vida, un libro que se le aparecía por capitulos y necesitaba de la vida para inspirarse.
Los Uruguayos, que iban viajando conociendo los misterios dentro de sus p´ropias existencias, preguntandole a la ayahuasca o a las estrellas sobre sus caminos.
El Parce era un viajero proveniente de Cali, que junto a su familia Nómade iban de lugar en lugar haciendo las monedas que les permitiera subsistir haciendo lo que las estrellas le dijeran. Lamentablemente cuando lo conocimos, su esposa le había pedido un tiempo y había viajado con sus dos hijos a Ecuador. El pobre Parce deambulaba de lado en lado como zombie, sin separarse de la mochile, donde su único equipaje eran los peluches del chavo que sus hijos dejaron de recuerdo. De los días que estuvimos ahí, no hubo un día en que sus hijos no aparecieran en sus conversas.
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