Quiero escribir bonito, pero no me sale, porque sólo se escribir bonito las cosas feas
se más lamentarme que transcribir la alegría, por eso es que parece que abandoné por tanto tiempo éste, mi diario de vida al estilo XXI
La cosa es que sin mucha espectativa, mientras nos acercabamos a Medellín desde Bogota, sobre el bus le escribimos a un tal Diego. Le dijimos que buscabamos alojamiento, y al ver que le gustaba Miyazaki, nos entusiasmamos con la idea de convivir con alguien que pudiese ser bonito de corazón.
Al llegar lo llamamos y una voz sonriente nos guió hasta su encuentro. Al juntarnos nos encontramos con el flaquito con onda punk krishna.
Nos invitó a su casa, nos presentó a Pola, Pixie y Brisa, nos advirtió sobre el genio de los gatos y nos invitó a fumar algo a su balcón. Conversando de música nos fue mostrando su corazón de niño. Nos habló de sus ex amores, de sus amores actuales, de la música y de la historia de Medellín.
Ahora, casi siempre me dan ganas de escribirle lo mucho que lo quiero. Ha pasado una semana y siento que gané un hermano, si es que me corresponde tomarme esa atribución.
Su casa es un templo de belleza, con la vista más hermosa que tiene Medellín, con el cariño de los perros, con las risas que nos regala, con los chistes sobre Pastusos, Rolos y Paisas, con su casa que esta hecha de ladrillos y mucho amor. Creo que esta casa es un lugar tan parecido al ensueño de las películas de Miyazaki.
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