Cuando desperté no sabía si estaba bien o mal. Ni muy bien
como para no tener sabor lejano a cigarro ni tan mal como para saber que era un
día increíble. Ese día saldríamos a caminar y así lo hicimos. La idea era
perderse en el tiempo y caminar temprano y tarde hasta que fuera temprano de
nuevo y tarde siempre. La vale me comentó que se hablaba que yo era muy feliz,
y como yo sé que a la gente le gusta mentir, me entregué a la falsedad, le dije
que podía hacerlo cantando blues negro. Puse la voz ronca como de trompeta e
hice un laralarala, le dije, sabiendo que era mentira que sabía el gran truco
de mí, que lo conocía de sobra y las condiciones estaban para ello; Estábamos
en el lugar donde el tiempo se reúne, estaba tan bien como mal y dispuesto a
que todas las mentiras fueran ciertas. Me preguntó qué era y yo, con un aire de
gran señor, sin parar de caminar fui echando mi cuerpo hacia atrás, encorvando la
columna hasta quedar paralelo al piso, luego, y mirando a los ojos a la vale,
esperando su sorpresa levanté mis piernas hasta quedar extendido en una especie
de camilla imaginaria que avanzaba por el desértico camino a todas partes. La
vale me miró sin sorpresa. Sabía que lo lograría y estaba feliz por mí. Le
pregunté si lo quería intentar, pero dijo que cuando se cansaría se subiría
sobre mí y ya está.
Cuando llegamos al final de la ruta que nos llevaba tuvimos
que parar para decidir por donde seguiríamos. No había nada que decidir, porque
en ese lugar no había espacio, y aunque la decisión era caminar todo el tiempo,
no llegaríamos a ningún lado. Le dije entonces, de nuevo con aire de gran
hombre, pero esta vez con la altanería de los más despreciables, de los
agrandados solidarios, si quería que le enseñara el segundo truco. Sin que
respondiera supe que no le interesaba pero estaba dispuesto a escucharlo pues
era lo que me haría feliz. Le dije, mira, elige un lugar, pero inmediatamente
me acordé que no había ningún lugar. Entonces me corregí y le dije, imagina que
hay un lugar e imagina que quieres estar ahí. Ella dulce como siempre se
entregó al tonto juego, le dije, pues ahora mira, y me concentré con toda la
energía del mundo y estuvimos en ese lugar. La vale sin mucho entusiasmo me
dijo ¡Lo hiciste! Y yo le dije sii, lo hice, y estaba feliz por mí. Miré
alrededor y era un lugar absolutamente igual al anterior, pero sabía que era
otro. ¿Ahora qué podríamos hacer? ¿Dónde ir?, ¿a qué jugar?
Ya puedo volar y viajar en espacios y tiempos y sé que todo
es lo mismo en las otras perspectivas. He llegado a mi gran momento y se parece
mucho a mis peores momentos, con la diferencia que lo sé. Ahora soy feliz
porque lo tengo todo. Soy Cristian, tengo 32 años y me declaro el hombre más
feliz de la tierra