No hay ganas de leer ni escuchar música
tampoco ganas de sanar
Cada día de trabajo es un día perdido.
He aquí el mayor absurdo de la vida, aunque Camus no veía más que lo evidente
miles de millones en todo el mundo
200 años de capitalismo,
200 años de nacimientos que no valen la pena
da lo mismo aguantar un día más o un día menos
se pasa la vida en una espera al sentido que no llega
y todos los trabajos sirven a esta civilización
todos los trabajos la alimentan y fortalecen
Todo trabajo, de un modo u otro es sólo muerte
Nacen y mueren peinados nuevos
Nacen y mueren consignas revolucionarias
y todas entran y tienen su lugar en el sistema
Todas se acomodan, envejecen y mueren
jueves, 10 de marzo de 2016
miércoles, 9 de marzo de 2016
Grecia con Pedro de Valdivia
La micro azúl iba hacia la costa por Grecia. Dos cuadras antes de Pedro de Valdivia se detuvo en un rojo, pero cuando dio verde no avanzó. Unos universitarios parados junto a mí se dieron cuenta y algo dijeron. De lejos se oía una sirena de bomberos y fue justo cuando todos miraron el mismo punto. Ahí estaba, frente a esas 40 o quizás menos personas; El fuego complice y asesino saliendo por las ventanas del 4°, 3° y quizás 2° piso. Quemando más fuerte los 31 grados de la tarde de Marzo. Del 4° piso sale un brazo, luego una pierna y termina de salir el cuerpo entero, el fuego va empujando al abismo a un hombre. La gente grita, Abajo de él corren, se escuchan gritos. La sirena se acerca pero no llega, En la micro alguien se tapa los ojos. Las llamas alcanzan su cuerpo, Él cuelga afirmado de un brazo, el carrobomba aparece. Un grito ensordecedor anuncia que el brazo ya no puede resistir más. Una mujer alza las manos para orientar a los bomberos, ellos doblan la esquina y sin frenar unos voluntarios se bajan corriendo. El segundo no puede estirarse más y justo cuando una bocanada de fuego del 3° piso pretender comerse al hombre, éste salta. Lo vemos caer, lo veo caer, como una caida eterna, y trato de bloquear mis oidos para evitar almacenar el sonido de la muerte, pero no llega al suelo. Un techo de metal lo detiene 2 metros arriba. El golpe seco y brillante de las latas detienen un cuerpo inconciente. Veo a los bomberos correr angustiados, pero el chofer, quizás por escapar o por morbo complacido echa a andar la micro y seguimos con el recorrido. Los que estaban a mi lado no dijeron nada, yo tampoco dije nada, un silencio de tumba acompañó al grupo. Era imposible pensar o hablar cuando la vida hace alusión a su fragilidad.
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